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AUTOCUIDADO FEMINISTA: REPARACIÓN DEL DAÑO Y LIBERTAD A NUESTRA MANERA.

Últimamente leo leyes que se dictan para intentar devolvernos a las mujeres la dignidad y el derecho de ser libres; para tratar de impedir que nos golpeen nuestras parejas o amantes, para que no nos extorsionen los comerciantes de nuestra carne y para que no nos violen los consumidores; para que nuestras parejas sexuales no nos eyaculen dentro sin permiso, o para que podamos elegir empleo y tener otras opciones, además de cuidar y limpiar (pollas con la boca o váteres con el lomo). Se sancionan y promulgan leyes, para que en el trabajo respondan a lo que decimos y no a nuestras faldas. Y están muy bien estas leyes, aunque los datos señalan y las asesinadas confirman, que mucho, mucho, todavía no funcionan. Quizás nos hayamos saltado algún paso para esto de la libertad real y efectiva. Y es que en España, creo que nos gustan mucho los atajos.


Nos dicen libres, pero ni mucho menos se nos enseña a serlo de verdad. Se ve que tenemos que nacer aprendiditas y sin secuelas, tras siglos de encierro, abusos, dominación y ninguneo. Como la presa a la que acaban de soltar, tras varias décadas de encierro, sin sitio, ni orientación. Porque somos muy libres, lo dice la Constitución y la ley. Pero si no hacemos el uso esperado y aceptado de esta libertad sancionada por nuestro divino Rey, somos estúpidas o inseguras, locas, guarras, putas, sumisas, malas madres o incompetentes. ¡Una maravilla de libertad, oye! ¡Una libertad muy libre! Una que también “corta la cabeza” a las que acaban volviendo solitas a las jaulas de siempre, a las del “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Porque la culpa y la responsabilidad siempre va a recaer sobre nosotras, hagamos lo que hagamos.

A la libertad vigilada, la llaman libertad.

Pero nuestra libertad es ley y pretendido atajo, a golpe de palabrería, que es la palabra, pero sin palabra. Pim, pam y tenemos otra ley. Y así, nuevos textos normativos preciosos, garantes de medallas rápidas, al principio o valor de moda de turno. Sin la dotación de recursos necesarios que remuevan los obstáculos que impiden o dificultan su plenitud, tal y como reza la carta magna. Vamos, tiritas para esconder una herida abierta. Tiritas que tapan malamente y además, no curan. Se ha legislado para darnos libertad, pero solo nos han dado una libertad de palabra y papel. Como quien ofrece un conjuro, que se hace efectivo a base de recital y chasqueo de dedos. Y es que no nos queremos enterar, de que para la transformación real, no hay atajos. Guste o no guste, acarreamos inscrito en el ADN siglos de dominación, explotación, desprecio y violencia. También de resiliencia. Lo hemos visto en nuestras abuelas, en nuestras madres y lo vivimos en nuestras carnes, en esta libertad de mentira. ¿Qué yo vivo mejor que mi abuela? Claro. ¿Qué lo mío es libertad? No, rotundamente no. Da igual lo magulladas, violentadas, ninguneadas, ridiculizadas, escrutadas o exigidas que estemos, no se nos puede notar. Porque en esta libertad articulada que se nos ofrece la verdad encarnada no cabe.


¿Te da miedo viajar sola? ¿Por qué?

¿Te da miedo volver sola a casa? ¿Por qué?

¿Te sientes insegura hablando en público? ¿Por qué?

¿Te avergüenza tu cuerpo? ¿Por qué?

¿Eres dependiente de tu pareja? ¿Por qué?

¿Sientes que se os ningunea cuando en una reunión de trabajo en la que solo hay mujeres el único hombre, que por supuesto es el jefe, se dirige a vosotras en masculino? ¿Por qué?

¿En tu sexualidad tienes dificultades para centrarte en ti y disfrutar de tu placer? ¿Por qué?

¿Envidias la seguridad y las licencias que se permiten los hombres? ¿Por qué?


Y es que, como la Constitución y la ley nos dice que ya somos libres, pues ya estaría. Y oye, que yo me alegro lo más grande por las que ya lo tengan, que haberlas adelantadas haylas. Pero disculpen, que las que nos cuesta un poquito más, nos vamos a tomar la licencia, ya que no va a venir nadie a otorgárnosla, de darnos lo que necesitamos. Y esto pasa, tomarnos el tiempo, el respeto, la escucha, los cuidados y bien de nutrición para tomar fuerza.


No se ha reconocido y reparado el daño. Atajos. Se nos dice libres, pero no hay espacio ni legitimidad para el temblor que se arrastra o para descubrir las inseguridades ancladas en lo nuclear. No hay ni hueco, ni conciencia, ni respeto para la elaboración del daño y el despliegue paulatino y orgánico del propio ser que renace, tras la buena cura y el buen cuidado. ¡Qué va! Mujer libre es mujer competente, guapa, lista, dulce, sexy, maternal, divertida, moderna, complaciente, eficaz, productiva, suave, tierna, entregada 24/7 y preferiblemente todo a la vez. Pero tengo noticias: no se puede construir sobre el fango y la libertad vigilada no es libertad. Si no hay reparación, no hay libertad. Es la esclavitud y las amarras de la herida. Y sin respeto, tampoco hay libertad. Así que señoras, tal y como yo lo veo: autocuidado en la reparación del daño y alto respeto, para que la libertad de cada una, sea a su manera, a nuestra manera. Que ya está bien de que nos digan, hasta cómo tenemos que ser libres.


Por su parte, a ellos sigo sin verles señalar a los violadores, a los acosadores, o denunciar los abusos, reconocer el daño causado, o gritar a los que perpetúan las violencias “no en nuestro nombre”, más allá de un mediático 8 de marzo y con suerte.


(Alerta spoiler)


La semana pasada vi Maixabel, y me recordó alumbrando, lo que para mí es el camino, por más difícil que me resulte: la reparación. Sin atajos, yendo a la raíz de la herida. Maixabel la atraviesa de lado a lado para encontrarse con el perpetrador de su mal, mirarle a los ojos, reconocerle y reconocerse. En esta historia, parece que ambos empiezan a trascender el dolor y la culpa que les vincula y ancla. Ella, desde su corazón valiente, compasivo y sabio, que mira de frente la pequeñez, la fragilidad y la humanidad torcida de su fantasma. Él, con coraje y entrega para la honestidad y para la responsabilidad inmensa del tremendo daño causado, acogiendo la grandeza de la humanidad de ella y su ejemplo. Y así, ambos, atraviesan una herida, que no se olvida, pero que ya permite caminar hacia lo nuevo, al restablecer un orden, que en algún lugar y en algún tiempo se perdió.




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