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Foto del escritorEdurne Baeza San Martín

MI VIAJE A ÍTACA

Comencé mi propio proceso terpéutico por lo que se suele iniciar: sufrimiento psico-emocional y atasque. Es curioso, pasados los años, echar la vista atrás y reconocer lo andado.


Hace poco caí en la cuenta de un detalle que me había pasado desapercibido y sin embargo es clave: el cansancio. Recuerdo mi permanente agotamiento. Mi falta de energía. La desagradable sensación de estar en un constante sobre-esfuerzo, de hacer arrastrando los pies y lo que no son los pies. Pensaba que era normal, por el ritmazo cotidiano y más en la bestial Madrid (dónde vivía en aquella época). Trabajo, horas de transporte, las tareas del hogar, activismos… Siempre agotada. Y no, no era por el ritmazo. El ritmo me cansaba, pero lo que me dejaba seca era mi batalla interna sin descanso. El automachaque, la hipervigilancia, el miedo, el rencor ciego, el dolor apretado, la autocondena inconsciente…


Llegué a tener migrañas casi a diario. El dolor me tumbaba, me paraba la cabeza. El daño físico era grande. Así gritaba mi sufrimiento interno. La terapia me ayudó a dar legitimidad a mi necesidad de dar espacio a lo apretado. Comencé a escuchar y a mirar adentro. Y empezó a salir. Como una presa que se parte, no sin crujimiento, aliviando la presión. Y así, las aguas pudieron seguir su curso. Como una niña chica empecé a llorar, a gritar, a rabiar, a descargar, a temblar, a acurrucarme, primero en mi acompañante, mi terapeuta, para después descubrir cómo hacerlo yo conmigo. Encontré mi camino de vuelta, de vuelta al mar, a mi hogar, a mi lugar. Volví a casa. Decidí iniciar mi proceso de formación para poder acompañar a otrxs en este bello y a veces duro viaje heroico. En nuestro particular viaje a Ítaca. Este también fue un proceso complicado, precioso y de nuevo reparador en el que sigo y seguiré. Merece literalmente la alegría.



A día de hoy, entre otras cosas, no tengo migrañas y tengo mi energía disponible. A veces dudo si me habré tragado alguna pila. No he vuelto a sentir ese pesar cotidiano. Por supuesto de forma puntual sí. Pero ya oigo. Aprendo el idioma de mi ser, y sé cómo cuidarme cuando esto aparece, cada día más y mejor.


Cada cosa que sentimos Es. El asunto va de ir haciendo ese caminico de OPERACIÓN RETORNO, a “casa”, a la propia, al Ser. Porque es ahí dónde estamos y descansamos y gozamos…


A cada cual los dolores, pesares o el sufrimiento se nos manifiesta de forma particular, la clave es aprender a escuchar, a atender, a acoger y a seguir el camino que marca nuestra semilla interna.


Y si quieres, yo te acompaño.


Suena: “Mi revolución”, de Cuatro pesos de propina.


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