No queremos que el miedo cambie de bando.
No queremos que el miedo sea una emoción naturalizada y por defecto, a tratar de despejar en cada contacto o relación del tipo que sea con un hombre.
No queremos tener tanta probabilidad de estar y vivir en un estado frecuente de miedo flotante, disociación, vergüenza; o de asunción del ninguneo, infantilización, silenciador ON, represión o minimización, por el hecho de ser mujeres.
No queremos tener que utilizar la confrontación para remover las estructuras de pensamiento, funcionamiento y organización, que alimentan y perpetúan los códigos relacionales y de comportamiento basados en la dominación y el maltrato de los hombres a las mujeres.
No queremos bandos de hombres y bandos de mujeres. Nunca los quisimos. Pero de esto se alimenta el patriarcado y el machismo.
Queremos ver y reconocer nuestras diferencias, para resignificar sus implicaciones; por su puesto, hacia la abundancia.
No queremos asumir crecer y vivir con miedo a los hombres.
No queremos que la sexualidad y el amor, sean lugares frecuentes de violencia, falta de respeto, humillación, daño, incluso muerte.
No queremos dominar a los hombres.
No queremos venganza a pesar del daño.
Aunque a veces tiente, aunque a veces la rabia queme, no queremos más daño.
Queremos querernos.
Queremos Ser sin miedo.
Queremos disfrutar, amar, compartir.
Necesitamos reparación del daño.
Queremos que lo urgente sea mirarnos, vernos y compartirnos desde ahí; desde el respeto más radical.
Queremos que la motivación común en el relacionarnos sea compartir. Porque solo ahí es posible la abundancia. En los bandos no. No es posible en la dominación y en el terror. Ahí no cabe.
No queremos bandos, ni miedo.
Queremos vivir y SER y disfrutar y compartir…
Pero por más que queramos esto y no lo otro, el miedo y los bandos son norma social y estructural. Sigue siendo el pan de cada día. Hay mucho que desaprender. Hay mucho que revisar. Hay mucho que reconocer para reparar. Hay un grandísimo desequilibrio de género que necesita ser abordado de raíz.
El patriarcado y sus machismos, se nutre de dominación, de violencias, de abusos, de odio, de desprecio, de frialdad, explotación, de silencio… Y esto, lo cultivan y perpetran personas, no entes abstractos.
No es fácil desaprender doctrinas y adiestramientos de siglos. No es fácil cuestionar y cuestionarse, lo que además ya, compone la propia identidad, individual y colectiva. Sin embargo, no hay otra.
Hoy por hoy, tristemente, la empatía, el buen trato, los cuidados o el respeto, son en la práctica contravalores; y quizás, por ello, la más profunda y radical forma de existencia y resistencia transformadora.
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